(Segunda parte del texto, publicado originalmente en enero de 2012 en el blog del autor de "Los Cisnes") Tras las emociones del día anterior, quedaba el plato fuerte: asistir al Swansea-Arsenal en el Liberty Stadium. Por la mañana, los nervios se iban incrementando, pese al tranquilo entorno que me rodeaba en la Marina de Swansea. Ángel Rangel salió de su vivienda con el traje oficial del club y se subió a su coche con la obligación de llegar dos horas antes del inicio del encuentro para evitar la multa. Salió con tiempo porque desde el parking del estadio hasta la entrada sabía que tendría que ir deteniéndose a hacerse fotos y firmar autógrafos a los numerosos fans que ya se encontraban en los alrededores del escenario del evento de la semana en Gales. Tuve el privilegio de vivir todos esos momentos a su lado, siendo consciente de lo que siente un futbolista de la Premier en los momentos previos a jugar uno de los partidos del año.
Cuando Ángel ya pasó a esos vestuarios en los que yo había estado la tarde anterior, tocaba comer en los aledaños del Liberty, donde familias y amigos también llenaban los diversos establecimientos. Es algo habitual en las Islas: la gente pasa el día en torno al partido. Y el aficionado es el epicentro sobre el que gira todo en el fútbol británico. Me contaron que una vez un árbitro esperó 15 minutos para que arrancara un choque porque se enteró que por problemas en los tornos se estaba retrasando la entrada de los asistentes al Liberty. Aproveché también para fijarme en todos los detalles de un estadio coqueto, moderno y no tan grande como me imaginaba. El escudo del cisne en negro destacaba sobre el gris de la fachada principal. Los aficionados compraban el interesantísimo programa de mano en pequeñas casetas (yo no fui una excepción y al acabar de comer comprobé que la casualidad quiso que una entrevista test a Rangel fuera parte de los contenidos de ese programa) o buscaban algún producto de merchandising en la boutique oficial.
Hacía bastante frío, aunque soportable si ibas bien abrigado, como era mi caso. Eso sí, mientras, te cruzabas con un Gunner que solo iba con una camiseta de manga corta con el nombre de Henry, el ídolo que volvía esa jornada a la Premier.Otro valor añadido para que aquella tarde fuera especial, ya que en mi única visita al Emirates el francés ya vestía la elástica del Barça, aunque sí pude disfrutarlo en el Bernabeu, cuando un gol suyo hizo que el Arsenal eliminara al Real Madrid de la Champions. Pese a la hora y el cielo semi despejado, la humedad se notaba sobre todo al cruzar el puente que hay sobre el río que pasa cerca de una de los laterales del estadio.
Faltaba media hora cuando entré al campo acompañado de una música puramente ‘brit’ que ya me ayudó a empaparme de ese ambiente que uno encuentra únicamente en un campo de los inventores del deporte rey. Mi sitio, detrás del banquillo de Wenger, era idóneo para captar todos esos detalles futbolísticos que se escapan al otro lado de la TV o en un asiento en lo alto de la grada. Gritos de los entrenadores, el sonido de los golpeos de balón, percibir esa intensidad en el juego o esa altísima velocidad en la circulación de balón…Estas dos últimos aspectos fueron los que más me sorprendieron. Ni por televisión ni en lo alto del Emirates lo percibí tanto como ese día casi a ras de césped.
En los prolegómenos, ya percibí el orgullo patrio, con dos hileras de niños haciendo el pasillo a los dos onces titulares con banderas del País de Gales, y con el espectacular cántico de su himno que hacía temblar el cemento bajo mis pies.
Arranca el partido. Consigo distinguir a través del cristal del banquillo a Almunia, Rosicky, Chamberlain y Henry en el banquillo visitante, y Wenger se pasa todo el encuentro de pie, dando órdenes y quejándose bastante de algunas decisiones arbitrales o errores de sus jugadores. Me sentía raro: soy gunner desde que tengo uso de razón, pero mi sentimiento hacia los ‘swans’ ha ido creciendo tanto que ese día me decanté por los locales. ¡Quién me lo iba a decir! Yo en un partido del Arsenal con el corazón pidiéndome un resultado en contra. Entonces, llegó el 0-1 muy temprano y pensé que habría goleada justo el único día que no quería, con la de decepciones que me ha dado el conjunto del norte de Londres en los últimos años. Pero poco a poco el Swansea le fue robando el balón a su rival. Que llegara pronto la igualada de penalti ayudó a que el choque cambiara de rumbo.
Curioso es que en 2003 el club gunner era el líder de la Premier mientras que el Swansea era último de la League Two, la cuarta y última categoría profesional inglesa, es decir, eran primero y 92º en el ranking profesional. Una década después, la diferencia en puestos se cuenta con los dedos de la mano y el estilo futbolístico de ambos es un placentero oasis en el tradicional kick&rush directo de las Islas. Y en ese duelo entre estandartes del ‘passing game’, el modesto representante galés salió victorioso en el resultado y en las formas. Histórico.
Ni saliendo la vieja artillería –Henry y Rosicky- pudo el Arsenal sacar algo del Liberty, pese a haberse adelantado muy temprano y a lograr empatar a 2 después. Henry mostró sus galones en cuanto piso el césped, mandando al capitán goleador Van Persie a la banda para ocupar él la posición de 9. Eso hizo que Rangel apenas tuviera unos pocos duelos con el mítico jugador francés.
La hinchada londinense trataba de empujar con sus ánimos desde el fondo de la portería donde atacaba su equipo en la segunda mitad, pero no podían con los atronadores cánticos galeses. Yo ponía los ojos en el césped pero mis oídos capturaban en estéreo aquel espectáculo de las gradas al que asistía boquiabierto. Rangel me comentó al final del partido que había sido el encuentro con mejor ambiente desde que él llegó al club en 2007. Me sentí un privilegiado por haber tenido esa suerte. Además de por el detalle que tuvo Ángel de saludarme y hacerme un gesto -capturado en el siguiente video- cuando salía del terreno de juego al final del vibrante encuentro.
Los familiares y el entorno de los jugadores esperamos tras el final en una sala amplia, situada en la primera planta, donde los televisores ofrecían imágenes del histórico Swansea 3 – Arsenal 2. Después, subí al segundo piso en ascensor junto a familiares de Ángel, tras saludar a Britton en una de las rectas cubiertas con moqueta roja que conecta las diversas salas del estadio. En una amplísima de ese segundo piso, decenas de seguidores hacían cola para que Rangel, Dyer y Lita les firmaran o se hicieran fotos con ellos. Lo dicho, el aficionado allí es lo primero y el club lo cuida. Pensé en cuanto tenían que aprender las entidades españolas justo cuando el televisor que había detrás de los tres jugadores del Swansea ofrecía el inicio del Sporting-Málaga. Se me había olvidado por completo que jugaba mi Sporting. En unos segundos, comprobé los once elegidos de Preciado y luego ya abandonamos el estadio, con otras cuantas paradas en el recorrido hasta el coche para que Ángel atendiera a los fans.
Del resultado del Sporting, me enteré en una céntrica calle de Swansea. Vi la alegría de los jugadores y de El Molinón tras el gol de Trejo. Estaba esperando por la cena que habíamos encargado. Enfrente, Sinclair cenaba con unos amigos en un restaurante con una normalidad absoluta. La gente debe estar acostumbrada a verlos a menudo. Después, recorrí las desérticas calles de la ciudad en medio de una noche profunda. Al día siguiente tocaba madrugar para deshacer el camino por carretera hasta el aeropuerto de Bristol. Me fui encantado con el fútbol inglés y con el Swansea, agradecido a Orlandi, Rangel y sus seres cercanos –especialmente a Xavi-, y sabiendo que echaría de menos aquella localidad galesa. Y en mis últimos segundos antes de entrar al aeropuerto, me despedí con una broma en inglés de la persona que horas después trasladaría a McEachran: “me voy de Swansea sin que me haya llovido en tres días y habiendo visto perder ¡UN! balón a Britton, ¡qué es esto!”. Nos sonreimos y fui matando las horas de espera leyendo uno de los libros deportivos que compré allí y pasando páginas de la prensa inglesa, con Ángel en el once ideal de la semana en la sección de deportes de uno de aquellos diarios. Así acabó mi historia, de la que no he contado todo lo vivido, pero sí he vivido todo lo contado.
Texto publicado por el autor de "Los Cisnes" en su blog en enero de 2012:
Mi cariño hacia el Swansea ha ido creciendo desde que empecé a seguir al equipo en 2007 en la League One (tercera categoría del fútbol inglés). Tanto que, por extensión, le fui cogiendo ese cariño a la ciudad sin saber nada de ella. Este viaje tenía un doble objetivo: asistir al Swansea-Arsenal y conocer tanto esta localidad galesa como el club como parte del proceso de escritura de "Los Cisnes". La aventura fue fugaz pero llena de vivencias que trataré de resumir en dos post. Aquí va la primera parte.
---13 Y 14 DE ENERO Mi primera experiencia fue acercarme a las sensaciones que debieron tener cualquiera de los futbolistas españoles en su viaje tras fichar por el club: en avión hasta Bristol y en vehículo hasta Swansea. Seguramente yo sea el único al que no le acompañó la lluvia ni en ese recorrido por carretera ni en mi estancia en una de las zonas más lluviosas del Reino Unido. Incluso disfruté del sol, un bien escaso y preciado por esas tierras que tanto me recordaron a mi Asturias natal. Aparte de mi sorpresa por el clima, pude tener el privilegio de desplazarme con la persona que poco después iba a encargarse de recoger a la última incorporación del equipo en el mercado invernal: McEachran. Una anécdota, la de ir sentado en el mismo vehículo donde estaría horas después la joven promesa, que ya me dibujó una sonrisa en mi cara. No hubo lluvia, pero sí desde el primer momento frío y humedad. En mi recorrido nocturno de llegada apenas percibía los letreros de la autopista -en inglés y galés- debido a los cristales empañados, aunque me dejaron divisar el puente que separa Inglaterra de Gales.
La ausencia de persianas contribuyó a que mi curiosidad amaneciera al día siguiente casi más que el sol para descubrir Swansea de día. Mi predisposición ya era grande, pero ver desde la ventana la bahía, las verdes montañas y un cielo azul casi despejado disparó mis niveles de encandilamiento hacia la ciudad. Por si fuera poco, solamente una ducha me separaba de ir camino al último entrenamiento del equipo antes de recibir al Arsenal.
Acompañado del propio Ángel Rangel y su familia, acudí al polideportivo donde los jugadores del Swansea comparten ducha junto a otros vecinos socios de esas buenas instalaciones, quienes son muy respetuosos, tal vez por estar acostumbrados. Allí desayuné a escasos metros de la mesa en la que lo hacía el cuerpo técnico del club y a medio camino entre ellos y algunos integrantes de la plantilla. Enseguida localicé entre los primeros a Brendan Rodgers y entre los segundos a Scott Sinclair, el héroe de Wembley. Poco a poco fueron llegando todos, conocí a un empleado del club especial para la familia Rangel (Eirian), saludé a Andrea Orlandi y a Leon Britton con quienes conversé brevemente antes de su sesión de trabajo, y luego crucé una pequeña carretera que separa el parking del polideportivo y el campo de entrenamiento para pasar un poco de frío (y eso que iba bastante abrigado) mientras observaba los distintos ejercicios.
Ya había algunos coches atravesados a primera hora en aquella pequeña carretera y sus dueños presenciaban de pie el entrenamiento. Se triplicaron a mitad de la sesión, cuando Brendan comenzó a ensayar diversos movimientos con el teórico once titular. Me gustaba aquella alineación, pero faltaba Orlandi entre los elegidos para que fuera completa. No había prensa, ya que el día fijado para que acudan y hagan entrevistas es el jueves.
Después del entrenamiento, tocó entrar en calor con un chocolate mientras hacía tiempo para esperar dos acompañantes de lujo. El primero Britton, ese centrocampista bajito que no pierde un balón, y el segundo el entrenador Brendan Rodgers, que me recibió con un tono cercano, cariñoso y bromista, atreviéndose a chapurrear algo en español. Esas dos conversaciones son algunas de las múltiples joyas en forma de recuerdos que me llevo de mi primera visita a Swansea. Posteriormente, el planning era comer, conocer la ciudad y pasar el resto del día con la familia de Rangel y la de Orlandi. Si ambos son grandes como futbolistas, lo son aún más como personas y tanto ellos como sus familiares se portaron conmigo de una forma increíble. Fue una lástima que Andrea se encontrara algo bajo de ánimos por haberse quedado fuera de la convocatoria.
El centro de la ciudad es bonito y pequeño, había poca gente por las calles para lo que se acostumbra a ver en España un sábado a esas horas, y lo que queda del castillo de Swansea destacaba en una de las calles principales, contrastando con una pantalla gigante que informaba de los resultados de la jornada futbolística en una plaza en la que también me llamó la atención que el imperio de Zara había llegado también hasta allí. Aproveché para comprar unos libros y el periódico más importante de Gales, puesto que el jefe de prensa del Swansea me había comentado que salía yo en él. Pude constatar que un jugador de la Premier puede llevar un día a día muy normal en Swansea, incluso horas antes de jugar ante todo un Arsenal. La mayoría de los aficionados les miran con tanta admiración como respeto, algunos se atreven a decirles algo y otros pocos no les ven o lo disimulan bien. La calidad de vida, además, es bastante alta, aunque hay que mencionar que las opciones de Swansea no son las de ciudades como Londres, Madrid o Barcelona. No se come igual que en España pero es fácil no extrañar demasiado en este aspecto. Asimismo, a partir de las cinco de la tarde cuesta encontrar establecimientos abiertos pero esos horarios favorecen una conciliación de la vida familiar con la laboral.
Tras conocer también el barrio de la Marina, donde viven muchos de los jugadores del equipo cerca del puerto deportivo, Ángel me hizo sentir un privilegiado. Menos de 24 horas antes del inicio del encuentro, pude conocer el Liberty Stadium. Era ya de noche, pero se podía percibir que era un estadio coqueto, moderno y menos grande de lo que pensaba. Mi primera sorpresa fue que en su interior adolescentes acudían a una 'party'. Después, disfruté como un niño recorriendo el túnel -adornado con cuadros de entrenadores y jugadores- hasta casi el césped, en medio de una oscuridad total que apenas dejaba asomar las gradas. Y aún quedaban más sorpresas: conocer el vestuario, con todas sus camisetas preparadas para el partido del día siguiente (enseguida localicé el 22 de Rangel o sonreí al comprobar que Britton y Allen se cambian juntos, ya que me imaginé a ambos combinando pases desde la caseta); y la sala donde los jugadores reciben la charla del entrenador, donde me llamó la atención una pizarra muy elaborada con el once titular del Tottenham, que había sido el último rival en visitar al Swansea. Después de ese gran momento, Ángel se fue a descansar con la incógnita de si le tocaría medirse a Henry y yo terminé el día viendo 'Match of the Day' en la BBC.